He
caminado y he caminado tanto
he
caminado por hojas infinitas
caído
por cascadas de tinta negra
navegado
por frondosos mares
de
capítulos, de llanto, de papel.
Recuerdo
haber luchado contra Aragog
haber
escapado de su nido
para
luego caer en Minas Moria
y escapar
de las fauces del Balrog.
Volé
en la espalda de las Águilas
tantas
veces como amaneceres el mundo tuvo.
Y
luego me puse un anillo de cenizas
que
me llevó a un bosque entre los mundos
donde
cada lago era una puerta.
Conocí
al Gran León y a una Bruja Blanca.
Me
escondí en Hogwarts para crecer allí
y
llorar la muerte de un gran hombre
en
la Casa de los Gritos.
Luché
en los campos de Pelennor,
en
el Abismo de Helm y en Isengard.
Volví
para presenciar la dura travesía
del
Viajero del Alba y a Aslan
devolviéndole
la vida al mundo congelado.
Aprendí
que no todas las lágrimas son malas
que
no todo lo que reluce es oro
y
no todos los caminantes andan perdidos.
Que
la codicia no es cosa buena, que dragones atrae.
Aprendí
que no todos los héroes son bondadosos
que
no todos los maestros de vida son ancianos
y
que los ancianos son grandes maestros.
Que
la magia radica en palabras,
palabras
dispuestas por el corazón.
Aprendí,
también, que el valor se encuentra
en
los lugares más recónditos
y
que viene en, incluso, en frascos muy pequeños
y
jóvenes.
Quien
entienda qué escribí
es
imperante que sepa,
que
su infancia ha sido hermosa.
Quien
entienda qué escribí
debe
saber que ha sido un héroe
un
prófugo, un guardián del Anillo,
un
Elegido, un Sagaz (o Sabio) amigo
un
mago –y cuántos magos ha sido.
He
vivido tantas vidas de tinta
y
he sido feliz, inmensamente feliz
en
cada una de ellas.
He
luchado, he muerto, he renacido.
He
llorado. Y sé que puedo hacerlo
una
y otra vez.
Sé
que puedo hacerlo
–siempre–