jueves, 12 de febrero de 2015

Mis muchas aventuras

He caminado y he caminado tanto
he caminado por hojas infinitas
caído por cascadas de tinta negra
navegado por frondosos mares
de capítulos, de llanto, de papel.

Recuerdo haber luchado contra Aragog
haber escapado de su nido
para luego caer en Minas Moria
y escapar de las fauces del Balrog.
Volé en la espalda de las Águilas
tantas veces como amaneceres el mundo tuvo.
Y luego me puse un anillo de cenizas
que me llevó a un bosque entre los mundos
donde cada lago era una puerta.
Conocí al Gran León y a una Bruja Blanca.
Me escondí en Hogwarts para crecer allí
y llorar la muerte de un gran hombre
en la Casa de los Gritos.
Luché en los campos de Pelennor,
en el Abismo de Helm y en Isengard.
Volví para presenciar la dura travesía
del Viajero del Alba y a Aslan
devolviéndole la vida al mundo congelado.

Aprendí que no todas las lágrimas son malas
que no todo lo que reluce es oro
y no todos los caminantes andan perdidos.
Que la codicia no es cosa buena, que dragones atrae.
Aprendí que no todos los héroes son bondadosos
que no todos los maestros de vida son ancianos
y que los ancianos son grandes maestros.
Que la magia radica en palabras,
palabras dispuestas por el corazón.
Aprendí, también, que el valor se encuentra
en los lugares más recónditos
y que viene en, incluso, en frascos muy pequeños
y jóvenes.

Quien entienda qué escribí
es imperante que sepa,
que su infancia ha sido hermosa.
Quien entienda qué escribí
debe saber que ha sido un héroe
un prófugo, un guardián del Anillo,
un Elegido, un Sagaz (o Sabio) amigo
un mago –y cuántos magos ha sido.

He vivido tantas vidas de tinta
y he sido feliz, inmensamente feliz
en cada una de ellas.
He luchado, he muerto, he renacido.
He llorado. Y sé que puedo hacerlo
una y otra vez.
Sé que puedo hacerlo

–siempre–