Aquel
fulano hubiese dado
todo
su imperio
por
los ojos de aquella mengana.
Hubiere
entregado su alma
por
ver su belleza
tan
cerca de él
como
para que no pueda rehuir
de
un beso prisionero.
Hubiera
dado sus ojos
por
tener de sus manos
la
flaca o tibia caricia,
porque
aun siquiera
sin
conocerla
sabe
que en ella
un
tesoro aguarda
una
blanca fortaleza
de
lirismo infinito
de
música desenfrenada
lo
llaman.
Hubiera
dado sus sueños
y
mucho más tal vez
por
entender esto
que
es mucho más
que
vana simpleza.
Y yo
miro mi reflejo
y
veo a aquel tonto fulano
en
el argento espejo
y
rememoro a la mengana
que
me tiene atontado.