Locura. Un vacío
inmensurable. Locura. Un abismo de locura. Océanos de tiempo. Locura. Tanto
silencio. Tanto abandono. Tanta noche. Tanta locura.
Y su mirada fija.
Sus ojos, que ya no
ven, encallados en su ausencia. Fijos en su presencia inexistente. Los hombres
de blanco la miran. Y ella no atiende. Lo único que atiende es su locura. Su
locura y su ausencia.
Su cuerpo frágil y
blanco, frente a la ventana.
Y el silencio… ese
silencio tan cínico y mordaz, ese silencio que envenena el alma con dolor, con
noche, con ausencia y locura.
Su mirada se perdió
hace tiempo. Su mirada, su voz, su alma. Todo se lo llevó él. Él que se fue y
no regresó, y no regresará. Por eso llora. Y ella se quedó sin su ser, sin ella
misma. Se quedó pasmada, sin el fuego de sus palabras, sin aire que respirar,
sin sangre en la que vivirse, ajena en su tierra. Ajena en su cuerpo, en su
mente.
Las noches y los días
ya no importan, porque todo es noche. La comida y el agua ya no importan,
porque todo es hambre y sed.
Y en las noches, de silencio
traidor, su alma grita el nombre de él. Los hombres de blanco la miran, y a
ella no le importa, porque solo le importa su mirada. Solo la luz de sus ojos,
la sombra de sus recuerdos o ese sensual cuchillo, le importan ahora. Ese
cuchillo que yace olvidado, en los pliegues de sus sueños. Olvidado por los
hombres de blanco, pero no por ella.
Irónica broma que
haya sido el cuchillo, y la mano de ella, quien los separó y que ahora los
fuese a unir.
Ágil y callado, el
cuchillo dibuja un camino en su cuello. Y sus lágrimas diluyen la sangre. Pero
hay salvación: al final del camino está él. Todo tormento termina en su
silencio. Cae su cuerpo dormido. Pobre, ella, dormida en el sueño de verlo otra
vez.
Su sangre llena ese
vacío inmensurable. Sus pies transitan un camino, tendido sobre el abismo de la
locura. Y ya no hay silencio, porque al fin lo escucha. Él le cuestiona por qué
se rindió, por qué lo apartó de ella. Ella calla, sonríe y vuelve a llorar,
pero esta vez de alegría. Ya no hay tiempo porque, a su lado, el tiempo jamás
existió, porque jamás les importó. Y ya no hay abandono, porque ella reposa en
sus brazos. Ya no hay noche, porque están sus ojos.
Solo hay locura.