domingo, 21 de abril de 2013

En un segundo

En la vidriera no había nada. Nada en lo absoluto, salvo mi mirada. Mi búsqueda no consistía en nada, sólo en matar el tiempo. Y sucedió. Así, sin aviso. Sucedió.
Sin la trascendencia absurda de una novela. Sin la intricada trama de una canción. Sólo tu 'Hola', perdido en el otoño y el humo de los coches. 
Mi cuerpo perdió su consistencia, el alma se desprendió de mi carne. Toda mi superación, toda risa infundada o imitada murió en las cuatro letras que escaparon de tu boca. Pero yo no volteé  Porque voltearse era encontrarse con el pasado, con las reminiscencia de una batalla idiota. 
Y todo un cosmos atravesó mi mente durante ese perspicaz segundo. Ese segundo tan despojado de todo sentimiento, tan vacío de calor. Ese segundo muerto que no era más que un niño desesperado, que agitaba mi hombro, pidiendo un abrazo, una mirada. Y el segundo no había pasado. Y sentía tu cuerpo ahí, tu mirada calcinaba mi nuca. Y sentía tu respiración, agitada y nostálgica. Pero, a decir verdad, siempre la sentí. 

Siempre te sentí, incluso ahora que ya no estás.


Mi voz se había muerto y el coraje extinto. ¿Cómo verte y qué decirte? ¿Abrazarte, besarte o ignorarte? Y aquel maldito segundo que aun no pasaba. Pero en mi pecho sentí, otra vez, aquel calor de tus palabras. Todo parecía volver a encajar, todo el mundo parecía reverdecer. La gente ya no era gris, incluso parecían personas. El miedo no existía, sólo existía tu boca. 

Aquella infinita paz se apoderó de mi cuerpo y volteé, sin atreverme a volver a dudar.
Y no había nadie ya. Te busqué entre la calle, no estabas. Nunca estás en la calle para cuando te busco. Y lo comprendí.
Nunca estuviste detrás mío. Nunca me hablaste. Nunca me llamaste. 
Sólo me llamó el dolor. Sólo me llamó la melancolía. 

Sólo me llamó la imaginación.

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