domingo, 20 de mayo de 2012

Locura


Locura. Un vacío inmensurable. Locura. Un abismo de locura. Océanos de tiempo. Locura. Tanto silencio. Tanto abandono. Tanta noche. Tanta locura.
Y su mirada fija.
Sus ojos, que ya no ven, encallados en su ausencia. Fijos en su presencia inexistente. Los hombres de blanco la miran. Y ella no atiende. Lo único que atiende es su locura. Su locura y su ausencia.
Su cuerpo frágil y blanco, frente a la ventana.
Y el silencio… ese silencio tan cínico y mordaz, ese silencio que envenena el alma con dolor, con noche, con ausencia y locura.
Su mirada se perdió hace tiempo. Su mirada, su voz, su alma. Todo se lo llevó él. Él que se fue y no regresó, y no regresará. Por eso llora. Y ella se quedó sin su ser, sin ella misma. Se quedó pasmada, sin el fuego de sus palabras, sin aire que respirar, sin sangre en la que vivirse, ajena en su tierra. Ajena en su cuerpo, en su mente.
Las noches y los días ya no importan, porque todo es noche. La comida y el agua ya no importan, porque todo es hambre y sed.
Y en las noches, de silencio traidor, su alma grita el nombre de él. Los hombres de blanco la miran, y a ella no le importa, porque solo le importa su mirada. Solo la luz de sus ojos, la sombra de sus recuerdos o ese sensual cuchillo, le importan ahora. Ese cuchillo que yace olvidado, en los pliegues de sus sueños. Olvidado por los hombres de blanco, pero no por ella.
Irónica broma que haya sido el cuchillo, y la mano de ella, quien los separó y que ahora los fuese a unir.
Ágil y callado, el cuchillo dibuja un camino en su cuello. Y sus lágrimas diluyen la sangre. Pero hay salvación: al final del camino está él. Todo tormento termina en su silencio. Cae su cuerpo dormido. Pobre, ella, dormida en el sueño de verlo otra vez.
Su sangre llena ese vacío inmensurable. Sus pies transitan un camino, tendido sobre el abismo de la locura. Y ya no hay silencio, porque al fin lo escucha. Él le cuestiona por qué se rindió, por qué lo apartó de ella. Ella calla, sonríe y vuelve a llorar, pero esta vez de alegría. Ya no hay tiempo porque, a su lado, el tiempo jamás existió, porque jamás les importó. Y ya no hay abandono, porque ella reposa en sus brazos. Ya no hay noche, porque están sus ojos.
Solo hay locura.

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