miércoles, 1 de febrero de 2012

Las Palabras


A Alejandra P. quien pensó que nunca
iba a trascender y que se perdería
su nombre en el tiempo.
En mis 17 años jamás me había enamorado 
tanto de un alma como de la de ella.

         Cuenta la historia que hace mucho tiempo en Francia a un hombre se le otorgó un extraño don: materializar las palabras. Monsieur Chales Le Mot fue un extraño hombre signado por las luces de la magia.
         Cuando niño, monsieur Le Mot, comenzó a hablar, su casa permanecía en un continuo ajetreo. Quizás, Charles, veía un perro por la calle y con su tímida voz de niño decía ‘perrito’ mientras jalaba la falda de su madre, y una estampida de canes aparecía por medio de la calle. Recuerdo también, una vez, que dijo ‘pececito’ señalando al Sena. Jamás había visto tanto revuelo de peces en aquel río.
         Éste don, así mismo, presentaba un problema: no todas las palabras de monsieur Charles se materializaban lo cual significaba un peligro atroz. Quizás dijera ‘bala’ o ‘balas’ y un arsenal destruiría la casa donde estaba.
         Cuando fue mayor, a los diez o a los trece, no recuerdo, Charles comenzó a tomar conciencia de este don (o problema) y cada vez comenzó a tener más miedo de hablar. No sabía si sus palabras matarían o darían vida.
         Valiéndose de éste don sedujo a sus muchas novias. Tan sólo decía ‘flor’ y un mar de colores, un estallido de vivacidad asolaba las calles de París, frente a la dichosa niña que él intentaba hacer suya. También le trajo consecuencias. Su madre murió aplastada por un elefante justo cuando él hablaba de su sueño de conocer el África y sus animales (el león, la cebra, el elefante…).
         A los veinte, monsieur Le Mot, optó por callarse y hablar sólo cuando lo necesite con imperiosa necesidad. Así, pues, se sumió en el más sepulcral de los silencios, tomó un aire taciturno su rostro de jovial francés. Fruto de esta intriga y magia de las palabras, decidió estudiar literatura.
         Entre los 10 y los 13 años se entrevistó casi diariamente con Napoleón, quién había escuchado la fama de este niño capaz de materializar las palabras. He oído los siniestros rumores de que se sirvió de las gracias de Charles para obtener grandes triunfos. El contacto de monsieur Le Mot y el emperador se vio deteriorado, cuando Charles tenía 13, y Napoleón perdió en la llamada ‘Batalla de las Naciones’¸ limitando su trato al envío asiduo de correspondencia, hasta el día de la muerte de Napoleón. La muerte del estratega pego duramente los ánimos de monsieur Charles, lo que hizo que él optara por enmudecer completamente.
         Terminó sus estudios a los treinta años y su vida era tan sólo un páramo yermo, sin amigos, sin esposa y sin hijos. Su familia había muerto ya hace mucho y él evitó siempre hablar con el resto de la gente, para evitarles daño. El temor a la palabra provenía de un miedo aun mayor: el temor a la muerte.
         Monsieur Le Mot conoció a un pequeño de 11 años, de mente vivaz y jocosa, de unas palabras bellas y traslúcidas. El pequeño Charles siempre en broma decía, a monsieur Le Mot, que el arte estaba impregno en el nombre ‘Charles’ por eso ambos eran grandes amantes de la poesía del otro. Le Mot no pudo resistirse a su pequeño tocayo, y aprendió el oficio de las señas para dictarle clases sobre literatura inglesa, francesa y rusa.
         Le Mot vio a su pupilo crecer y convertirse en uno de los más afamados poetas que Franca alguna vez haya conocido.

         A los 40 le dijo a su alumno de su don. Aquél pupilo, de solo 19 años, quedó atónito ante ese mar de lirios y calas blancas. Entendió, el pequeño Charles, el don y la condena de su profesor y le pidió que no volviese a hablar, que su más sabia decisión fue siempre callar.
         No recuerdo vida más triste que la de Charles Le Mot. El miedo a hablar le sumergió en una oscura caverna, sin luz, sin salida.
         Un día, entre copas y cigarros, Le Mot le propuso al pequeño Charles analizar este don: que tome nota de qué palabras se materializaban y cuáles no. La noche en vela pasaron y, cuando el alba despuntó, se dieron cuenta que las palabras que se materializaban eran acerca de la vida (plantas, frutas, animales, etc.). Quedaron pasmados ante tal descubrimiento.
         Al medio día, y antes de irse, el pequeño Charles le preguntó a su mentor, a qué le temía más que a sus propias palabras.
 -A la muerte.- dijo Charles Le Mot cayendo muerto ante los pies del pequeño Charles.
         Habían olvidado que no hay nada más relaciono con la vida que la muerte misma.

No hay comentarios:

Publicar un comentario