miércoles, 28 de septiembre de 2011

Del otro lado del espejo


 Después de mucho tiempo sin escribir nada, 
me senté frente a mi computadora y logré esto.
Pido, tanto en este texto, como en otros,
que lean entre líneas, algo que siempre me fascinó
 Edward Nygma
 
El hombre tras el espejo aguardó unos instantes a que su doble, aquel que habita nuestro mundo, apareciera. Una vez que vio a Nicholas Marshall comenzó a repetir cada movimiento, con perfecta sincronía, que el Marshall original hacía.
          El doble lo miraba, con cierta sorna, un dejo de empatía y un atisbo de gracia, a su doble, o sea, al Marshall original, mientras este se marcaba su ralla al costado, se recortaba, con puntilloso detalle y milimetrada seguridad, su bigote, o se quitaba las lagañas, luego de haberse levantado.
         Una vez que el Marshall original acababa de higienizarse, luego de que se dirigía una sonrisa, por medio de lo que él consideraba un “espejo”, se iba a su trabajo.
         El doble, no sabía de qué trabajaba su original, tampoco quería saberlo. Suponía que trabajaba de algo importante (era abogado, contador, dueño de una empresa o algo así), porque siempre vestía traje. En realidad, el doble podría romper el vidrio que lo separaba de su original y preguntarle a qué se dedicaba. Pero no lo iba a hacer... Suponer, imaginar, fantasear cómo era el trabajo de su par, lo divertía. De hecho, era su única diversión.
         Este Marshall, el del espejo, cuando no imaginaba, cuestionaba la falta de limpieza del baño de aquel solterón británico. Y si no hacía nada de esto, se divertía con las cosas que a su doble se le había extraviado y que jamás había encontrado. Tenía para jugar un patito de hule, un cuchillo, sin filo y con el mango desgastado (suponía que su doble lo había perdido intencionalmente), un par de revistas de la infancia del Marshall original, y otras cursilerías.
         Hacía 51 años que conocía a su doble. Pasó casi todo su vida (O la vida del Marshall original, depende como lo quieran ver) preguntándose quién era producto de quién, quién vivía gracias a quién. Después de mucho cavilar, entendió que nosotros (los de este lado del espejo) vivimos gracias a nuestro reflejo y que sin él no existimos. Hiló esta idea cuando, un día por la mañana, mientras su doble se emperifollaba como de costumbre, la radio anunciaba la muerte de una modelo. Ahí entendió que somos esclavos, podría decirse, de nuestra imagen, o del reflejo de esta.
        
         Aquél sábado por la tarde, en que Nicholas Marshall, retornó a su hogar, como su rutina lo indicaba, a las cuatro de la tarde, casi a tiempo para comenzar a preparar el five o’clock tea. Como la rutina marcaba, traspasaría el portal a eso de las 16.05, dejaría su paraguas, al pie de su perchero, su sombrerito de hongo color gris en este, junto con su gabán. También daría un par de pasos hasta su comedor, ahí dejaría su saco y su corbata, daría un giro de 90º y perfilaría a su baño. Algo alteró su rutinaria vida inglesa, el espejo, en el que siempre se miraba, estaba hecho añicos.
         Al parecer, el Marshall original, podía sobrevivir aun cuando su reflejo (aquel que podían percibir todos), había muerto.

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