sábado, 24 de septiembre de 2011

Olvido


“Ojalá pase algo que te borre de pronto:
una luz cegadora, un disparo de nieve,
ojalá por lo menos que me lleve la muerte,
para no verte tanto, para no verte siempre
en todos los segundos, en todas las visiones”
Silvio Rodríguez
-Ojalá-

         Espeso y veloz, bajó el licor por su garganta. Todos ahí lo conocíamos. José algo se llamaba.
            Cada noche, hacía ya dos meses, lloraba, ahogaba la misma pena, siempre en un trago distinto. Traía la barba larga, las ojeras pronunciadas, el pelo sucio, la mirada perdida. Sus ojos estaban demasiado hinchados, no sé si por la falta de sueño o por las noches de llanto.
            “Maldigo el día en que te conocí” repetía en agónica letanía, mientras acariciaba el vaso. Nuevamente su voz se alzaba en un grito de reclamo, pidiendo más alcohol.
            -La conocí tan pura, tan perfecta… y aun no la conocía a fondo, podés imaginarte después cuan perfecta se volvió.- Me dijo un día entre sollozos.
-Me enamoré como nunca de ella. Ella jamás me registró.- Me dedicó una sonrisa torcida, mientras algunas lágrimas rodaban por su mejilla.- Fuimos amigos, los mejores diría. Pero su amistad fue como darme sal mientras me moría de sed.
            Jamás en mi vida vi a un hombre llorar tanto. Se sentaba en el rincón del bar, solo, en una mesa aislada del mundo, del jolgorio, y ante él se erguía un aura fúnebre de dolor. Alrededor de él se zanjaba un pozo de desesperante tristeza y vacía soledad.
            -No pido demasiado, sólo olvido.- Decía en un melancólico suspiro. Mas no faltaron veces que cantaba, muy por lo bajo: “olvidarte es un encanto, que no deseo tanto, porque tanto es que lo intento, que me acuerdo mucho más.”
            Su angustia se vertía en una vorágine de otros sentimientos. Por un lado estaba la culpa, por no haber hecho algo más por haber retenido a Adela; por otro lado estaba el odio, tanto hacia él como hacia Adela, por haberlo dejado, y hacia él por haberla dejado ir; a su vez también estaba la nostalgia de los momentos juntos; no faltaba tampoco la incertidumbre provocada por esa maldita frase “¿y si…?”.
            -Olvido. Sólo eso pido.- Me reclamó una vez, mientras se paraba, y se ponía la chaqueta.- Ni este puto alcohol la pudo sacar de mi cabeza. ¿Por qué la amé tanto?... esa perra. Qué bello ángel que es, tiene una magia en su boca, un brillo en sus ojos, un algo, que me fascinó siempre.
            -Pero, ¿Por qué lo dejó?- Jamás me atreví a tutearlo.
            -Qué importancia tiene. Ni yo recuerdo ya esos estúpidos motivos que me dio. Recuerdo que al llegar a mi casa no la encuentro, que al despertarme no la veo, que al escuchar música no la oigo cantar, que al ver algo gracioso no la oigo reír. Eso me importa mucho más.
            Luego de esa vez, no lo hemos vuelto a ver. Algunos dicen que rehizo su vida. Yo no lo creo. Yo pienso que Adela era su vida. Y sin ella su vida eran tan solo cuatro letras vacías, tristes, olvidadas.

No hay comentarios:

Publicar un comentario