sábado, 24 de septiembre de 2011

            Y estaban a la mesa la Muerte y un hombre. Tomaban el té, pero un silencio sepulcral los envolvía. Las cortinas hondeaban sobre el arco de la ventana, como si fuesen velos traslúcidos, raídos por el tiempo. Aquella casa estaba desgastada, sombría, abandonada. Afuera, sobre un tejo, canturreaba, mordaz y altanero, un mirlo.
            Sobre aquella mesita, no había otra cosa que la tetera y las tasillas. El hombre sorbía su té, tranquilo, indolente, pero sobre todo, frío. Frente a él, la Muerte. Llevaba las ropas negras, algo gastadas. Su rostro era delgado, pero bello y afable. Era una mujer de labios delgados, ojos carmines y sedoso cabello negro. Era alta, esbelta y, claro está, sombría.
            Miraba, la dama, su té de soslayo.
 -¿Te gusta?- el hombre asintió.- Algunos mueren de ansias por tomarlo.
            Tomó su tacilla con sus delgados y marfileños dedos. Dio un sorbo y volvió a poner la taza en su platito. El hombre hurgueteó en su pantalón hasta encontrar su atado de cigarrillos. Tomó uno y lo colocó en su boca. Palpó los bolsillos de su saco, en vana búsqueda de un encendedor.
 -¿Tendría…?- antes de que termine de solicitar un encendedor, su cigarrillo ya estaba encendido.
 -¿Fumás? eso te va a matar.- el hombre miró a la dama con sarcasmo, mientras pitaba su cigarro.- Nunca entendí por qué ustedes me tratan de “usted” o con miedo… me toman como si fuera algo malo. Como si yo hiciera mal.
 -Es que…Nos quita mucho.
 -¿Yo? y que esperan, ¿eternidad? ni el tiempo es eterno. Además, ustedes no sé por qué se quejan, si más de una vez me han dado vida.
            La perplejidad pintó de silencio los labios del hombre.
 -¿Dónde estoy?- Dijo, saliendo de su espasmo.
 -No sé. ¿Importa, acaso?
 -No, claro que no.
 -¿Podré volver?
 -¿A dónde?
 -¿Importa, acaso?
            Más allá del tejo y el mirlo, el viento ondeaba pastos esmeraldas mientras jugaba con los finos y tibios rayos de sol. Zumbaban, angelicales y presumidas, con sus alas de seda y papel, algunas mariposas.
 -¿Qué hay más allá?- preguntó el hombre
 -El más allá.- dijo la Muerte y dedicó una mirada dulcemente venenosa al hombre. Dio un sorbo de té e inquirió- Bonito ¿verdad?
 -Parece un lugar agradable. Me gustaría ir.
            El hombre se apoyó sobre el arco de la ventana mientras corría el velo gris. Pronto, cuenta se dio que la ventana no tenía vidrios.
 -No tiene vidrios…- sus palabras tintinearon en el aire, a la espera de una frase que complete la suya inconclusa.
 -No, bastantes vidrios, muros y alambres cortan la libertad del otro lado.
            Sonrió, la Muerte, de forma espantosa pero angelical a la vez. La dama de negro, miró por sobre el hombro de aquel sujeto. Lugo, con la taza en la mano, señaló una puerta.
 -¿Y eso me lleva a…?- Las ásperas notas del fumador flotaron inertes, espasmódicas, en el ambiente.
 -A donde quieras ir.
 -Volveré a verla ¿no?
 -Claramente. Pero, no cuentes nada de lo que vistes acá. Calladito como una tumba te quiero.
            En la voz de esa mujer se filtraba el tibio sol de la primavera pero el severo frío invernal. El hombre sonrió, aplastó su cigarro en el arco de la ventana, inclinó su cabeza y se dispuso a marchar. Vio, tras el velo, al mirlo sobre el tejo, mientras se acomodaba las plumas y volvía a cantar, impertérrito, como antes.
            Se volteó y preguntó:
 -¿Quiénes son sus padres?
 -Muchas veces, no importa de dónde vienen las cosas, sino que han venido.
 -Muchas veces se entiende por qué suceden las cosas por saber de dónde vienen.
 -Lo importante es que yo, estoy viva. Y que, tras esa puerta, tu cuerpo muerto te reclama un poco de vida.

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